08 junio, 2007

El viaje de ida.

Sábado, 1º de Mayo de 2004

Setecientos cincuenta kilómetros, pocos más pocos menos, separan El Cabo de Gata de Burgos. No son muchos tenido en cuenta el acopio de ilusiones, expectativas y apoyos que llevábamos en las mochilas. Por fin había llegado el día y, como suele, el 1 de Mayo amaneció primaveral en Almería. 
Como las bicis las habíamos acomodado en el remolque la tarde anterior, esa mañana sólo tuvimos que añadir los sacos de dormir y el poco equipaje que habíamos decidido llevar. Así que a las 7’30 de la mañana, nuestro flamante BMW 530, propiedad del peregrino Martínez, arrastrando un remolque con las cabalgaduras, enfiló la autovía del Mediterráneo camino de tierras del Cid. ¡Alea jacta est! que dijo el romano, y las tierras del sur fueron quedando atrás. 

Paramos a desayunar en la Venta El Peretón, cerca de Murcia. Poca cosa porque el grupo tenía prisa por sobrepasar el inhóspito Madrid. La cosa empezó a torcerse a la altura de Albacete. El cielo andaluz, tan azul, se fue cubriendo de nubes cada vez más compactas y no tardó en empezar a llover. Ya no volveríamos a ver el sol en muchos días. 
Serían las 15’00 horas cuando, ya rebasado Madrid, decidimos parar a comer en el puerto de Somosierra. Al aparcar frente al restaurante La Conce, ya no llovía, nevaba descaradamente. Joder, pensó el Capitán Pedales, la primera en la frente. El restaurante, pequeño, estaba lleno y tuvimos que esperar una media hora para que nos dieran una mesa. Las dos señoras que nos sirvieron la comida pasaban, ab imo pectore, la edad de la jubilación, lo que nos hizo pensar que aquello era un negocio familiar. Las dos eran muy simpáticas y una de ellas debió ser extremadamente guapa en su juventud. ¡Que cojones!, aún era guapa, muy guapa. Cuando yo sea mayor quisiera ser como ella, salvando las distancias, claro. 

Nos dimos de morros con Burgos sobre las 6 de la tarde. Seguía lloviendo y no sabíamos muy bien por donde quedaba el albergue de peregrinos. Preguntamos a unos cuantos lugareños pero los burgaleses no son un dechado de orientación o, también pudiera ser, nosotros nos perdemos en el pasillo de casa. La cuestión es que dimos unas cuantas vueltas de más hasta dar con El Parral, una especie de parque donde se asienta el albergue. En su recinto no podíamos entrar ni el coche ni el remolque, y a mis colegas no les hacia mucha gracia dejar las bicis expuestas a la codicia ajena, pues si bien mi bici-peregrina es humilde como mi persona, alguna de sus acompañantes eran de auténtico diseño. Así que tuvimos que dar unas cuantas vueltas más (por si habían sido pocas) para dar con un aparcamiento vigilado. 
A estas alturas ya nos habíamos mojado convenientemente y nuestros pies y zapatos empezaban a presentar un lamentable estado. 

Visita a la Catedral, encuentros inenarrables, el umbral de la Gloria, frío que te cagas, ¡Dios!, cuando va a parar de llover........ y vuelta al albergue donde, dicho llanamente, no pegamos un ojo. Aún no habíamos llegado y ya tenía mi culo sobre el sillín de la peregrina.
Aquello era el 2 de Mayo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Todos los pueblos merecen un respeto. Está muy feo llamar "inhóspito" a Madrid. No creo que a nadie se le admitiera ir hablando de "esa birria de Andalucía". ¿O es que todos creen que a los madrileños no nos molestan sus feas palabras sobre nuestro pueblo?

Juan de Mairena dijo...

La verdad es que cuando llamé "inhóspito" a Madrid, en lo que me reafirmo, sólo estaba haciendo un ejercicio de estilo.
Si para mí Madrid resulta inhóspito no creo que sea, de ninguna manera, faltarle al respeto ni a la ciudad ni sus habitantes.
¿O es que quiere que me crea aquello "de Madrid al cielo"?

Juan de Mairena dijo...

... ¡¡ joder !! y que hayan tenido que pasar diez años para hacer esta aclaración.