08 junio, 2007

Tercer día > Calzadilla de la Cueza a León > 90 kms.

Martes, 4 de Mayo de 2004

No me pregunten que me duele. Si acaso, de qué no padezco. Tras desayunar en el bar de Calzadilla, nos hemos echado al Camino sobre las 8’30 de la mañana. El cielo estaba despejado, pero el ambiente helado. Además, apenas había amanecido y ya soplaba el viento. Suavito, pero cabrón, como diciéndote: Aquí estoy hermano, cogiendo fuerzas.

No serian las 11 horas cuando, aprovechando que el viento aún era débil, ya estábamos en Sahagún. Sellamos las credenciales en el Cuartel que está situado dentro de las ruinas de un monasterio. Una cosa entre hortera y original que no me terminó de convencer pero, bueno, tampoco era el momento de hacer un ejercicio de estilo arquitectónico.

Desde Sahagún, el viento nos martirizó cuanto y como quiso. Una gozada para un marino pero un suplicio para un ciclista. Quién lo haya vivido lo entenderá. Los demás,créanselo por favor, es la Biblia.


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Lo dice en la piedra, estamos en la Vía Aquitana. Advierta el lector que hace sol, pero llevo el gorro polar puesto… ¿porqué será?

Justo en el límite con la provincia de León nos hemos topado con Sigfrido. Sigfrido es un austríaco que hace el Camino en bici, desde Lourdes y en solitario. No hablaba una papa de español pero el idioma de los gestos es universal y el de los sentimientos,supongo, también. Así que nos reímos un rato, confraternizamos otro tanto y nos hicimos juntos unas fotos que prometimos remitirnos, para lo cual intercambiamos direcciones. Luego me lo encontraría en el albergue de León; yo ya duchado y con el disfraz de indio quitado, por lo que no me reconoció. Cuando cayó en quien era, empezó a dar saltos a mí alrededor al tiempo que abrazos que, creo, eran de disculpa por no haberme reconocido antes. Un tío majo el tal Sigfrido.

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A la entrada del Burgo Ranero hemos parado a charlar un rato con un grupo de zapatistas compuesto por una mallorquina, un madrileño, una chica de Vitoria y otra de Barcelona. La mallorquina, particularmente simpática. Al comentarle que yo tenía una amiga en Palma de Mallorca, me contestó con desparpajo que ella tenía un disco del Bisbal. Atención por atención.

Cuando finalmente llegamos a Mansilla de las Mulas, final de etapa previsto, exhaustos de luchar contra el viento y más quemaos que el escape de la moto de Andresito, nos hemos arrastrado hasta un hostal donde poder comer. Luego, sin siesta ni nada –vaya vida perra-, nos llegamos al albergue situado en el centro del pueblo. Y resulta que en el albergue el hospitalero había dejado colgado un cartelito que rezaba: “Estoy comiendo, vuelvo sobre las cinco”. Y otro, “No se admiten ciclistas hasta las 19’30 horas, si ha lugar”. Muy fuerte, tú. Se me vino a la memoria una frase de mi amiga Paca Gallardo que describe la situación con bastante tino: “Yo he venido aquí para hacer el Camino, no para hacer el gilipollas”. Así que, a quemar las naves. Tras consultar la distancia a León con una pareja de Civiles que nos topamos por allí, y dado que el primer día ya hicimos 30 kms. de más que no están apuntaos en ningún sitio, tomamos la gloriosa: Las bicis al remolque y derechitos hasta León. ¡Con dos cojones!.

Una vez en el albergue de León, inmenso, y situado detrás de la Comandancia de la Guardia Civil, nos han dado habitaciones separadas (que no privadas). Al peregrino Martínez y al peregrino Ángel los mandaron con un grupo de Valladolid del que ya tendremos ocasión de hablar. Y al Escocés y al Capitán Pedales con un grupo de franceses entre los que se encuentra la viva imagen del Inspector Gatchet ¿Se acuerdan de la tele? Pues clavaíto. Con la misma pinta, la misma gabardina y el mismo sombrero. Nuestra habitación era la Torre de Babel.

Tras ducharme y quitarme de encima las miserias del Camino, he tenido que salir de urgencia a comprar una crema relajante para las piernas. En el culo, la verdad, no sé que me voy a poner. He dado luego novedades a mi casa y a Cálida Absenta, para que me sirva de portavoz en el Café. ¡Lo que vale esta muchacha…!, tíos.

El albergue de León tiene una particularidad: En la misma planta están situados el albergue de peregrinos y una residencia juvenil. El peregrino anhela descanso y el adolescente marcha, y las dos necesidades no casan. Eso debería arreglarlo quien pudiera.

Haciendo memoria, recuerdo que la etapa ha sido toda en ligera subida, y ¡...coño!, pienso que ya va siendo hora que sean en ligeras bajadas. En Sahagún paré a comprar una cámara que sustituyese la que pinché en Calzadilla y me han cobrado por ella 3’70 euros. En el Camino sale caro hasta respirar. También he reparado que en el interior de algunos pueblos las flechas amarillas, más que el Camino, señalan por donde se va al bar de turno, o al restaurante del Alcalde. Cuestión de marketing, supongo.

Del viento no quiero hablarles más. Me voy a la cama. Antes de quedar dormido he sonreído al acordarme de una confesión de El Escocés; -puede que pierda la ruta –me ha dicho-, pero siempre estaré capacitado para encontrar un bar. El tío se lo está pasando pipa. Entre vino y vino (de Rioja, casi siempre) no nos quita ojo de encima y para nosotros significa un consuelo ver aparcado frente a los bares que vamos dejando atrás, BMW y remolque. Momentos más tarde será El Escocés quién nos rebase a nosotros, para volver a esperarnos en algún lugar donde la espera se le haga dulce. ¡Anda, que como le hagan la prueba de alcoholemia!. Lo mismo nos lo encierran. En cualquier caso, se está portando. Discreto, amable, servicial, simpático. Hasta se deja ganar al dominó cuando hay ocasión de jugar una partida, pagando las copas (además) sin descomponer el gesto. Un hurra por el Escocés.


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Hubiera sido un día maravilloso de no ser por el viento. Mire su merced los árboles de la izquierda; deberían estar tiesos, pero se tumban un lado. Y con ellos, nosotros.

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