05 junio, 2007

Noveno día > Arzua a Santiago > 42 kms.

Lunes, 10 de Mayo de 2004

Este capítulo lo voy a rematar en el Café Derby, de Santiago. He venido especialmente aquí porque, ha tiempo, se reunían en él los intelectuales de la ciudad. Hoy día ya dejan entrar a cualquiera, prueba de ello es que yo esté sentado a esta mesa. Me ha parecido un lugar apropiado para, brindar al tendido, y terminar la faena. Así, acodado al ventanal que me hace parte del trasiego de la Plaza de Galicia, empiezo a emborronar folios en blanco pero manchados con la Coca-Cola que acabo de derramar.
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Al alcance de la mano.

En Arzúa amaneció nublado, pero sin llover. Como viene siendo habitual, madrugamos, y no porque a quien madruga Dios le ayude, que no, sino porque puede salir antes. Tras desayunar convenientemente, tostadas con aceite y ajo, ya saben, echamos mano a las bicis y........ ¡maldición!: La bici del peregrino Martínez tenía un pedal roto y la mía la rueda trasera sin aire. Lo del pedal se arregló pronto, cambiándolo. Lo de mi peregrina fue peor. Quizás quejosa por el trato recibido en los últimos días, tal como pretendíamos insuflar aire en la cámara, ella lo escupía por una válvula harta de tanto meneo, tanta agua, tanta nieve, tanto golpe y tanto barro. No hubo más remedio que desmontar la rueda y poner una cámara nueva, pero al desmontar la rueda la enferma presentó un síntoma secundario que pasó a ser principal: Me había quedado sin los pocos frenos que la sujetaban. Todos los afanes del peregrino Martínez por arreglar el entuerto fueron vanos. Aquello no había forma de solucionarlo a no ser que cambiásemos las pastillas de los frenos, y no teníamos recambios. Se hacía tarde y la solución sólo podía dársela yo. Y se la dí subiéndome a la peregrina. Paradójicamente, hoy sólo iría tranquilo cuando fuese cuesta arriba. ¡Cosas veredes, Sancho!.

Así que...... carretera y manta. Cuando tocaba negociar una pendiente de importancia, me ha valido frenar como en los gloriosos tiempos de Coppy, metiendo el zapato a la rueda y, tímidamente, ayudando con el freno delantero, lo cual me ha hecho bajar casi a la misma velocidad que subía, o sea, trote cochinero. La auténtica perjudicada del invento ha sido la zapatilla frenadora (ver foto), la cual dejaré ante el busto del Tío Santiago, si me deja el Deán de la catedral.

Con todo, no nos ha llovido, y a las 12’00, campanas de la catedral al vuelo, estábamos en la Plaza del Obradoiro. Hemos tirado las bicis en el adoquinado y nos hemos fundido en un jocoso abrazo al que ha faltado El Escocés, que tuvo que quedarse con el coche y remolque a la entrada de Santiago. Luego, hemos ido a buscarlo y gestionado acomodo (cosa complicada) para coche y remolque cerca del hotel Alameda, que es donde nos cobijamos.



Esta es la dirección. Aquí veníamos. Ya estamos.

El hotel Alameda queda a unos 300 metros de la catedral. Tras ducharme, El Escocés y yo hemos ido a la Oficina del Peregrino a recoger la Compostela. La Oficina se encuentra en una calle próxima a la catedral, primer piso, y es atendida por varias señoritas. La que me extendió la Compostela me preguntó el motivo de la peregrinación.

-Ah, bonita, ¡si yo lo supiera!.

Como ha insistido, para rellenar no sé que cuestionario, le he tenido que decir que pusiera lo que le diera la gana, o lo que menos tiempo le costase. ¡A saber lo que habrá puesto!.
Al salir de la Oficina, El Escocés ha visto a lo lejos, bajo el rótulo de Quintana de Mortos, a un tipo vestido con el traje típico escocés, falda y todo. Lo único que le faltaba era la gaita. Salió disparado para él y pocos momentos después eran amigos de toda la vida. Resultó ser oriundo de las tierras altas, lo mismo que John, y hubiera dicho que no encontraban el momento de decirse adiós. Al final casi lo he tenido que sacar de allí a rastras.

Luego ha tocado comer y, como no podía ser menos, hemos trasegado un “pulpo a feira” e vieiras, regado con un albariño que nos supo a Gloria. Finalmente, sobre las 5 de la tarde, hora taurina donde las haya, duchao y perfumao (siempre Agua Brava), he ido a ajustar mis cuentas con El Apóstol.

Expresis verbis:

- Ya ves, Santiaguiño, aquí estoy.
- La paz sea contigo peregrino Juan, te estaba esperando.
- Pues un poco más y te quedas en la espera, gallego.
- Te ha faltado espíritu peregrino Juan, no es fácil llegar aquí.
- Me lo dices? O me lo cuentas? Te advierto seriamente Santiaguiño que, a este paso, te quedas sin clientes.
- Yo no necesito clientes, peregrino, sino oraciones que elevar a Dios. Oraciones y súplicas, ¿cuál es la tuya?.
- Pues mira Santi, si a rezos nos referimos, traigo la mochila vacía. Los pocos rezos que sabía los he perdido en el camino. Pero tampoco quiero nada para mí; con llegar aquí voy servido y, lo que necesitaba, lo he ido recogiendo al paso desde que salí de Burgos, bien es cierto que con un poco más de viento, agua, frío y nieve de lo que hubiera sido aconsejable, pero de todo eso, claro, tú no tendrás ni idea, como aquí no veis la tele.
- No te oigo peregrino Juan, alza más la voz, ¿qué me dices?.
- Ná, cosas mías.
- Eso es todo, peregrino?
- Pues no, ¡que cojones va a ser tó!. Me veo en la gustosa obligación de proponer a su merced un trato: Quiero cambiar el esfuerzo que me ha costado llegar hasta aquí, del que ya tendrá noticia cuanto ha sido, por un trato de favor para la gente a la que quiero. Entiéndame su santidad, no le estoy pidiendo prebendas, ni favores, ni riquezas para esta gente. Sólo que la vida les vaya de tal manera que se encuentren razonablemente felices, con el alma y el corazón en paz, sosegados. Y, digo yo, como tampoco son tantos, no creo que la petición suponga un problema para tu Jefe.
- Trasladaré tu ruego peregrino Juan, mas no te prometo nada. ¿De verdad que no quieres nada para ti?
- Que no hombre, que no, si acaso que me dejen como estoy.
- Sea pues, peregrino.
- Sea pues, Santiaguiño.

Hecho esto le he pasado la mano por la espalda, en señal de “bueno, pelillos a la mar, amigos”.... pero el tío ni se ha inmutao. Así que me he bajado hasta una cripta situada bajo el altar mayor donde, en un cofre plateado de apenas un metro de longitud, dicen se encuentran los restos del Apóstol. Seguidamente me he pegado los tres cabezazos de rigor en la columna dispuesta para ello, ritual que es algo así como el franqueo para que lo tratado con Santiago llegue a su destino.

En estas estaba cuando el sacerdote que oficiaba la misa del peregrino de las seis de la tarde, ha proclamado solemnemente....”Cinco peregrinos llegados de Almería”. Tócate la pera, esos éramos nosotros.

Dos cosas han llamado mi atención sobre otras:
a) Para tocar al Apóstol y susurrarle lo que llevas preparado a la oreja, este año al menos, has de entrar en la catedral por la llamada Puerta Santa, la que cubren con ladrillos y cada año jubilar tiran abajo con gran estrépito y jolgorio por parte del clero.
b) El famoso botafumeiro, cuando vuela y fumeira, no lo hace en el sentido longitudinal de la nave principal de la catedral, sino en el transversal. Para que me entiendan, vuela sobre los brazos de la cruz que forma la planta de la iglesia.

Finalizada la visita me he vuelto a encontrar con los vallisoletanos, que acababan de llegar y venían muy ufanos de recoger su Compostela. Alguno de ellos es la segunda que recogen. Les he visto un poco desmadejados, en especial a Mónica. Esto me ha traído a la memoria algo de lo que ya me dí cuenta en El Rocío: No hay nada menos erótico que una peregrina. ¿Qué quieren sus mercedes? Ya me conocen y saben que la cabra siempre tira al monte.

¡ACTA EST FÁBULA!. Mañana, nada más desayunar, saldremos para Almería. Nos quedan 12 horas de viaje (sin pedalear, claro). Que Santiaguiño nos proteja, si le viene bien.
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Credencial y Compostela. ¡Ahí es ná!

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