06 junio, 2007

Séptimo día > O' Cebreiro a Portomarín > 62.9 kms.

Sábado, 08 de Mayo de 2004

 
-Santiaguiño, tú serás de piedra, pero como esto siga así, cuando llegue te doy una patada en los cojones.

Con este pensamiento quedé anoche dormido y, pudiera ser que, aunque uno sea de piedra, un golpecillo en tan nobles partes asuste al más pintao. Seguramente, será por eso, el tío Santiago nos ha regalado hoy con un día francamente decente en lo meteorológico. De este modo, sólo hemos tenido que pelear con el trazado del Camino y nuestro propio cansancio, pero no llovió, ni nevó, ni ventisqueó, ni nos regaló el Apóstol con ninguna de las lindezas con que solía. ¡Bendito sea el Apóstol!. 

Salimos de O’ Cebreiro hacia las 8’30, con un frío polar, 1º en el termómetro de El Escocés, así que en la bajada a Liñares ya teníamos las manos y los pies propios para no ser admitidos en la cama de ninguna dama. Luego el sol fue asomando y la temperatura subiendo. Acababa de llegarle el e-mail al tío Santiago. 
De la etapa destacar el verde, que todo lo cubre; el agua, que brota de los lugares más insospechados y que te acompaña siempre, y las vacas, vacas y vaqueiros por doquier (y mierda de vaca, claro). Al llegar a Samos nos hemos dado de bruces con su monasterio y la sola vista del mismo nos hizo bajar de la bicicleta y recrearnos en su portada, frente a la que nos hemos hecho unas fotos. También hemos pasado por su Cuartel para sellar la Credencial. El edificio es una pura ruina, declarada como ruina, pero los dos Guardias que nos atienden, él y ella, son muy majos. Ella, mira por donde, fue compañera de promoción de “mi” Patricia. Aprovechamos para poner un correo a nuestra Unidad con nuestros saludos y los de Madueño, que así se llama, para Patricia. Nos dicen que les están construyendo un cuartel nuevo y que allí están a gusto, nos damos los protocolarios besitos y.......... tira carretera. 

Mi particular pelea con el tío Santiago ha hecho que olvide deciros que hoy pedalea de nuevo con nosotros el peregrino Carmona. Volvemos a ser 4 bicis y un escocés. Está aun dolido de su brazo y también le duelen las muñecas, por lo que hemos evitado, en lo posible, los caminos de tierra. Sarria también es un pueblo bastante majo, con una calle principal larguísima que cruzamos de lado a lado para tomar camino a Barbadelo. Un lugareño al que preguntamos nos dice que nos dejemos de experimentos y que cedamos el camino de a pie para los zapatistas y mejor ocasión, así que seguimos la carretera LU-634 rumbo a Portomarín. 

Cuando subíamos el alto de Barbadelo fuimos testigos de cómo un rebaño de ovejas irredentas (y sin pastor que las atienda), invadían de forma inopinada la carretera y obligaban a un turismo a hacer una frenada de película de polis. No se llevó las lanudas por delante de puro milagro y como no se veía cerca al pastor/a que estuviese a su cuidado, el conductor juró en gallego unas cosas muy feas y siguió su camino por un lado mientras las ovejas, sonriendo sardónicamente (que yo lo vi), continuaban por otro. 

La bajada hacia Portomarín es de las de “ponte el casco Pepe, que vienen curvas”, pero el frío que me daba en las orejillas han podido más que mi prudencia y a media pendiente paré para quitarme el bici-casco y volver a ponerme el gorro polar, con el que si bien es posible que me parta la crisma, no es menos seguro que me encuentro más a gusto (¿qué me recuerda a mi esto?). 
Justo al terminar la bajada encontramos a un lado de la carretera a dos canarias con las que habíamos coincidido en el albergue de Ponferrada y que se quisieron llevar al peregrino Ángel y al peregrino Martínez a la ducha (lea bien el lector, he escrito ducha). Una es morena, guapa y coja, dicho sea con todos los respetos y únicamente con la intención de situar al lector; se llama Fátima. La otra rubia, con buen tipo y sencillamente del montón..... de las muy feas. Eso si, como son supersimpáticas, ambas, echamos pie a tierra y nos invitaron a degustar una tarta de manzana que se estaban merendando. Por cierto, que viajan en un C-3 acompañadas de dos maromos de los que dice mi tropa (extremo sin comprobar), que son mariposones. 

La entrada a Portomarín se hace por un puente sobre el río Miño, recto, largo y estrecho, que te introduce en el pueblo, que queda en un alto. Para llegar al albergue tienes que subir una empinada cuesta, el postre para mis doloridas piernas.

Como ya es habitual, en el albergue no hay sitio para los bici-peregrinos ni, por lo que nos cuentan, agua caliente para nadie, amén de un aspecto horroroso. Así que sellamos las credenciales y nos fuimos en busca de un hostal. Le tocó en suerte a El Caminante, lugar en el que yo no alojaría a mi dama pero, ya habrán ustedes adivinado a estas alturas, que la vida del peregrino es un rosario de penurias con tropezones de felicidad. Sellamos también en la iglesia, que tiene la sobriedad, la fuerza y la belleza del románico. Como cuando entramos se estaba celebrando una boda (hoy es sábado), nos hicimos parte del gozo general y hasta gritamos un ¡Vivan los novios!. Nos cuentan que fue desmontada piedra a piedra, en su antigua ubicación, que cubrió el actual embalse, y traída hasta el lugar que ahora ocupa, ¡manda carallo con los gallegos!. 

Mañana es la penúltima, que si la Providencia quiere nos dejará en Arzúa. Ojalá el Apóstol se apiade nuevamente de nosotros, o se acuerde de lo sensible que son las partes nobles, y nos depare un día majillo. En Portomarín hemos vuelto a coincidir con la troupe del inspector Gatchet y los bici-peregrinos de Valladolid, ex-princesa Mónica incluida. Cuando he hablado con ella estaba yo en la cafetería Arenas, escribiendo el borrador de este capítulo. Hemos hablado sobre lo que será este trabajo. Y no me parece que vaya a ser una de las protagonistas principales.
Mañana más.
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Imagen 1) Capitán Pedales frente al Monasterio de Samos, grandioso y olvidado (el monasterio, no el Pedales).

Imagen 2) Las lobas canarias. Nosotros, si paramos -viajabamos en olor de santidad- fue evidentemente para probar la tarta de manzana.

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