07 junio, 2007

Quinto día > Astorga a Ponferrada > 55 kms.

Jueves, 6 de Mayo de 2004

Cada tarde, cuando empuño el bolígrafo para pergeñar, de modo somero, lo que fueron las vivencias del día, mi pulso, alterado por el esfuerzo sobre el manillar, se niega a seguir el curso que ordena mi cabeza, hasta que a regañadientes, tembloroso, avanza de renglón en renglón dejando memoria de lo que ha sido.

El día amaneció en Astorga nuboso, lloviznando y frío. Con una lluvia débil pero helada que invitaba a quedarse en la cama y que peregrinase San Apapurcio, confesor y mártir, o Rita la Cantaora, pero las cosas son como son y a las 8’30, tras desayunar el preceptivo aceite y ajo, salimos hacia Murias de Rechivaldo. El Rechivaldo en cuestión no teníamos en el grupo conciencia exacta de quién era, pero sí que dejó un pueblo bastante penoso. La ermita del Ecce Homo queda a la izquierda, pero el bici-peregrino no estaba para mucho turismo y seguimos “to tieso” sin más trámites. En la mochila, un libro que los peregrinos André y Otile habían olvidado en el albergue de Astorga y que pretendíamos devolverle si los encontrábamos en el Camino.
Hoy, chulo qu’ es uno, decidí vestirme sólo con pantalón corto, pues he pensado que si había de mojarme, cuanta menos ropa llevase encima, mejor que mejor.

-Arriba: La Cruz de Ferro. No es una fotografía en blanco y negro. Es... que no hay color. Nada que ver con lo que nos contaron.

Las piernas se nos van calentado pero el viento, jodío viento, vuelve a ser nuestro compañero.
Al cruzar por Santa Catalina de Somoza, en el pórtico de la iglesia, humilde y antigua como pocas, encontramos al Reverendo y esposa, entregándoles el libro olvidado. Fue tal su agradecimiento que el tío rebuscó apresuradamente en su mochila hasta encontrar una estampita con la imagen del Apóstol. Luego nos formó en circulo alrededor suyo, colocó la estampita sobre su Biblia y rezó una oración, señal de la cruz incluida, mientras nosotros, agnósticos sin remisión, embobaos, le mirábamos sorprendidos. Luego nos dió un abrazo a cada uno y entregó la estampita al peregrino Ángel que, en su misticismo, casi se nos echa a llorar allí mismo. Para terminar, nos hicimos unas cuantas fotos y nos intercambiamos direcciones y correo electrónico.

La subida hacia la Cruz del Ferro no es especialmente penosa, pero los elementos se desataron en cuanto llegamos a Rabanal del Camino y nos cayó encima una nevada propia de Enero. El Apóstol, no sé porqué, no nos lo está poniendo fácil para que lo visitemos. Los últimos kilómetros de la subida, cansado de que el viento y la nieve me azotaran, arrojé la bici-peregrina en el remolque y terminé la subida andando. Lo que nos habían contado era un montículo de piedras dejadas por los peregrinos que nos precedieron, sólo era a nuestra llegada una montaña de nieve. Dejé mi piedra, una roca procedente de las fundiciones de Almagrera (Almería) y un deseo: Paz en el corazón de los que quiero.

En la Cruz, muy al contrario de lo que dicen los manuales al respecto, no termina la subida. Aún debimos de recorrer un tramo de unos dos kilómetros de subidas y bajadas que terminaron de hacerme papilla las piernas y por fin, ya era hora, la anunciada bajada. La pendiente desde la Cruz de Ferro hacia Ponferrada es como una caída al vacío. La velocidad que tomamos, el frío y el viento, actuaron en mí como si me hubieran metido en un congelador. Los pies y las manos, pese a los guantes, se acristalaron y apenas tenía fuerzas para tirar de las manetas de los frenos que sujetaran la alocada carrera de la bici-peregrina. Además la niebla no dejaba ver más allá de 100 metros por lo que, queridos míos, no me preguntéis por el paisaje.

Al llegar a Manjarín, donde dicen que habita el último Templario, nuestros cuerpos estaban lo suficientemente atormentados para ni siquiera pensar en detenernos. Así que Tomás debería guardar su café y su campana para futuros peregrinos con menos frío y mejor humor.
Conforme fuimos acercándonos a Molinaseca el cielo fue despejando y la carretera secándose. Eso, y saber que estábamos cerca de Ponferrada, nos alegró el ánimo.

En Ponferrada, nos encontramos con un albergue moderno y grande, pero con tantos peregrinos dentro que resultó haberse agotado el agua caliente. Como ya habrán percibido que soy sureño y friolero, desistí de ducharme con agua fría, así que me puse un chandal y echeme a la calle para conocer Ponferrada. Serían las 5 de la tarde cuando me plante frente a su castillo. ¡Fantástico!, de cuento de hadas, para vivir con tu Princesa. Pasé luego por la plaza Luis del Olmo, visité el Cuartel, donde me sellaron la Credencial, hice unas compras y otra vez al albergue.

La hospitalera es mayor, simpática, y no habla una papa de español. Como cuando llegamos le dí dos besos en pago al té con limón que nos ofreció, ahora, cada vez que se cruza conmigo, me devuelve otros dos de su cosecha y una sonrisa luminosa. No tengo agua caliente, pero estoy encantado.
A las 21’30 horas seguía si haber agua calentita, así que me armé de valor y duche con agua semifría, que no quita la mierda pero es penitencia para los pecadores y yo, a lo que se ve, debo serlo y de los gordos.
Esta noche cenaré sólo fruta, yogurt y el FRENADOL que he comprado en una farmacia. El farmacéutico me contó que el castillo lo construyeron Los Templarios, protectores del Camino, y que cuando lo hacían encontraron en el hueco de una encina la imagen de la Virgen. Es por esto que la patrona de Ponferrada es la Virgen de la Encina. Mire usté que cosa más simple.

Hemos vuelto a coincidir con los bici-peregrinos de Valladolid. Quieren que a O’ Cebreiro subamos todos juntos pues Mónica, y alguno más, posiblemente tengan que echar pie a tierra y subir andando. A mí me ha parecido de puta madre, pues así, caso de descabalgar, que será lo más probable, me hace, le hago compañía y hasta puede ser que la incluya en la nómina de las Princesas.
Tras la ducha-penitencia, Ernesto, uno de los hospitaleros, nos ha montado una especie de conferencia para hablarnos de las motivaciones del Camino, la historia de las peregrinaciones, cómo curar ampollas, etc.. La charla ha ido derivando de lo espiritual a lo cotidiano y hemos terminando contando chistes verdes, y más que nadie una chica de Baza (Granada) que hacía el Camino acompañada de unas amigas de los Madriles.
Mañana más, amigos.

El Capitán Pedales está cansado y mi bicicleta no tiene motor.

-Con André y Otile en el atrio de la iglesia de Santa Catalina, de Somoza. Ya nos había bendecido.

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