05 junio, 2007

El viaje de vuelta.

Martes, 11 de Mayo de 2004

Cuando amaneció el 11 de Mayo, el día del regreso hacia Almería, tenía una sensación extraña, una especie de “indigestión” de Camino. De hecho, cuando los míos me preguntaban ¿qué tal?, la respuesta siempre era la misma: No lo sé. No me apetecía hablar de lo vivido más que lo estrictamente indispensable para no parecer descortés. Mis emociones estaban absolutamente desordenadas. He necesitado bastantes días para ir colocándolas en una posición, digamos, presentable y, después de tanto alboroto, sólo me quedo con dos razones para hacer lo hecho; EMPEZAR y acabar. 

El viaje de vuelta fue una prolongación de la misma barbaridad, 1.200 kms. de un trago, deteniéndonos sólo para comer y repostar combustible y, como no, bajo la lluvia cansina y pesada que nos acompañó desde Santiago hasta nuestro sur, tan añorado. Doce horas para volver a tus orígenes y jirones del alma dejados en las zarzas del Camino entre Burgos y Santiago. Por caer, cayó tanta agua sobre nosotros que hasta inundó el remolque, mojando bicicletas y equipajes. La opinión de los componentes del grupo era unánime en una cosa: Una vez y no más, Santo Tomás. Por lo demás, cualquiera de ellos que hubiera contado esta historia lo hubiera hecho de forma diferente, quizás muy diferente. 

En lo que a mí respecta, LO VOLVERÍA A HACER si no lo hubiese hecho; mejor atragantarme que morirme de hambre, pero no aconsejaría a nadie que lo hiciera como nosotros. El Capitán Pedales había programado una actividad lúdico-festiva y tuvo bien poco de ninguna de las dos cosas. 
A mi modo de ver, no se trata de hacer kilómetros, sino de vivir emociones, y cuando el cuerpo se tiene muy castigado los sentimientos se adormecen en el mejor de los casos, y te abandonan en el peor. No te puedes plantear metas, ni tiempos, ni condiciones, ni siquiera compañías. 

Eran casi las 11 de la noche cuando estacionábamos el BMW en el aparcamiento de nuestros Cuarteles. Habíamos salido de Santiago a las 9’30 de la mañana y continuaba lloviendo. Una sonrisa cansada y un apretón de manos apresurado disolvió el grupo. El Tío Santiago, en su hornacina, se escojonaba de la risa.
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Mudo testigo de la batalla. Estado en que quedó la zapatilla frenadora. La parte oscuta del tacón, también se quedó en el Camino.

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